Los
árboles, las plantas y las flores
del
Delta del Paraná
POR ALBERTO J. DIEGUEZ
El camalote 1
El camalote 1
Navío vegetal, jacinto de agua,
que surcas
arrogante
los grandes
ríos
llevando tu
carga de alimañas,
de reptiles,
de monos, de grillos,
y peces
protegidos.
Te desplazas
ya impetuoso,
ya calmo y
pausado, subiendo y bajando
al ritmo de
las corrientes y mareas.
Espectador
silencioso
de la
naturaleza agreste,
te
enseñoreas dominando el paisaje fluvial,
alfombrando
con tus matas, tu rosetón de hojas,
y tus flores
lilas y azuladas,
las aguas
barrosas de los ríos.
Refugio de
peces y alevines
descansas en remansos y arroyos
bajo lunas
plateadas, bajo soles ardientes
y oscuras
noches calmas.
1 Camalote o jacinto de agua.
Corazón roto
Amargada, amargado, 1
con el
corazón destrozado, 2
por un amor
desdichado,
encontré
refugio en la isla,
compartiendo
mi vida con juncos y canoas.
Me había
mimetizado con el río,
que se
convirtió en mi amigo íntimo,
en mi
confidente.
El río era
yo; yo era el río.
Descansaba
con él,
lo abrazaba
con mis delgados brazos,
lo
acariciaba con mis manos
y danzaba
con el viento para él.
Mis ojos
cuando lloraban, miraban el río.
Cuando los
rayos del sol
se derramaban sobre él,
mi cuerpo se
ocultaba bajo la frondosa sombra
de mi cabellera.
De noche mis
ojos descansaban con el agua
y mis sueños
disfrutaban de su quietud
o saboreaban
sus movimientos, sus torbellinos.
Siempre me
he despedido de las estaciones,
alfombrando
desde su ribera florida,
con
hojas doradas,
el camino de
arenas y pantanos sumergidos.
El río
tranquilo me recibió,
sin
reclamos, sin preguntas.
El río es mi
amigo
y yo su
amigo,
el sauce
llorón.
1. En el comienzo utilizo el masculino y el femenino,
haciendo alusión a la flor unisexual de este árbol, flores que se reúnen en
espigas articuladas (amentos).
2. El sauce llorón simboliza la amargura, el corazón
destrozado y también la amistad, a la que hago referencia en varias partes del
texto.
El junco
Te cobijan las riberas de un riacho
las orillas
de un río,
te acogen
pantanos y humedales.
Tus largas
varas cilíndricas, rectas,
albergan los
rosados huevos del caracol,
los pequeños
peces del río,
a garzas, al
federal y al benteveo.
Las mareas
te sumergen y ocultan,
los vientos
y tormentas
sacuden tus
tallos
lanzas
salvajes erguidas,
que
custodian el día, las noches,
el río, el
monte, los pájaros
y al
silencio que lo devora todo.
Arroyo El Dorado
Arroyo estrecho, apenas un hilo de agua,
que solo te
dejas admirar por unos pocos,
viboreas
entre suelos silvestres de las islas.
Las ramas de
los árboles se entrecruzan
formando una
bóveda cerrada y misteriosa.
Sauces,
ceibos, talas, timbos, acacias,
casuarinas,
totoras, cortadoras, lirios, azucenas,…
engalanan
tus riberas.
Troncos
caídos, vencidos por el tiempo,
tallos
leñosos, ramas porosas, pétalos marchitos,
frutos y
semillas, hojas llevadas por los vientos,
se
entremezclan en sedimentos que hacen expandir el delta.
Lianas
entrecruzadas que caen desde lo alto, retoños y vástagos,
juncos
florecidos, pajonales, árboles que
extienden sus ramas al cielo, primaveras que hacen florecer las plantas, nacer
otras nuevas, y en la inmensidad de la floresta y acompañando la vida,
las voces de
los pájaros, cantándole al día.
Anhaí[1]
Soy Anahí, la flor del ceibo
nací a
orillas del bravío Paraná.
Las riberas
de ríos y arroyos
me encuentran,
extendiendo el tronco
y las ramas
retorcidas de mi árbol,
hacia las
aguas arcillosas,
queriendo
acariciarlas, besarlas,
y
envolverlas con mis fragancias.
Soy Anahí,
la indicieta fea, de piel morena,
la de voz
suave, dulce y bello canto.
Soy la valentía,
la fortaleza
ante el sufrimiento
y también la
fecundidad
de nuestra
tierra.
La avidez
humana, sedienta de poder,
queriendo
apoderarse de las tierras de mi gente,
de los ríos
y los pájaros de la selva,
me condenó a
morir en las llamas de la hoguera.
Soy Anahí,
la flor del ceibo
la que
resurgió de las llamas
convertida
en tierna flor.
Soy roja
carmín. Suave, aterciopelada.
Roja como
las llamas del fuego,
roja como
corazón enamorado de mi tierra,
de mis ríos,
de mis pájaros, de mis peces.
El ligustro
Árbol erguido, que buscas el sol,
de copa
amplia y follaje siempre verde,
de hojas
lustrosas, brillantes como el sol,
de blancas
flores pequeñas de cuatro pétalos
y frutos
púrpura como el corazón.
Creces en la
fronda isleña, ya en matas,
ya recogido
junto a cipreses, álamos, timbós,
laureles,
ceibos y cientos de especies más.
Encantas con
tú manto de pétalos blancos,
como nieve
en las cumbres de montañas,
las aguas
que se extienden sobre el arroyo inmóvil
perfumando
el aire, las aguas, las islas...
La canoa
avanza lentamente,
abriendo un
surco entre tus pétalos
savoreando
el aroma que despiden
tus pequeñas
flores blancas.
Cortaderas
El monte
salvaje,
hizo filosas
espadas,
de márgenes
serrados
y punzantes
hojas verde azulinas.
Plumerillo,
plumero, cola de zorro,…
suaves y
delicados terciopelos,
mar
plateado, que luces con densos penachos
que brillan
cada mañana con el rocío,
alegrando al
viento que te zarandea,
con tus
danzas y tus sonidos.
Te
apropiaste de las pampas,
de lagunas,
de los montes ribereños,
de los
bordes de los ríos,
retozas con
las nubes,
te
entremezclas con las nieblas,
con las
brumas y la atmósfera del río.
Lirio Amarillo
Creces entre juncales y cañizales,
en los
remansos de ríos y arroyos reposados
de cursos
lentos y aguas tranquilas,
en las
orillas bajas,
para no
estar solitario.
Las aves
acuáticas buscan refugio entre
tus tallos y
tus hojas y en ellos hacen sus nidos
aleteando,
jugando con las brisas y con el agua.
Ramilletes
de flores grandes
soles de
amarillo vivo, con pinceladas castañas, púrpuras
coronan tu
tallo, dando esplendor y colorido
al paisaje isleño, al arroyo quieto.
José Martí
te ha cantado sus poesías,
Claudet
Monet te ha inmortalizado en sus pinturas,
Iris bíblico
que simbolizas
la elevación
del espíritu, la luz, la vida,
tu tienes el
poder de hacer soñar, de hacer cantar,
a los
hombres que extasías con tu simpleza.
Totoras
Vives semisumergida,
mitad dentro
del agua, mitad afuera
como
queriendo bucear en las profundidades del río,
sin perder
la grandiosidad del monte, de la selva.
Tus hojas
forman una vaina
que rodea al
tallo recto, flexible.
De espigas,
con diminutas y esféricas flores
tus tallos y
hojas se utilizan en mil formas.
Civilizaciones
de todo el mundo
durante
milenios, han recurrido a ti y
manos
laboriosas y solícitas crearon
viviendas,
embarcaciones, muebles, artesanías…
y puentes
colgantes que surcan abismos y
profundas
hondonadas.
En nuestro
Delta
y en
hermandad con juncos y cortadoras,
con jacintos
y espadañas,
sirves de
morada a batracios y
a las
coloridas aves,
mientras
alegras las márgenes de los ríos
y el viento
entre tus tallos silva y canta canciones
a los peces
que nadan entre tus aguas.
Las Hortensias
Los jardines de las islas del Tigre, se engalan
con tus
grandes flores rosadas, azules, moradas.
El lenguaje
de las flores te asocia con la
femineidad
de las personas mayores,
otros con la
frialdad o el capricho.
Yo con la
belle-époque de nuestro Tigre,
con el
“douceur de vivre”1, con los “annés
folles”2,
con el
lenguaje victoriano de las quintas y de las casas,
con los
festejos de San Martin de Tours
y las
regatas del río Luján.
“Bebedoras de agua” te emborrachas con su
frescor,
te recuestas
a la sombra de los árboles de las islas
y mientras
sueñas, nos brindas el encanto de tus flores.
1.
Alegría
de vivir.
2.
Años
locos.
Calas
Elegante
flor acampanada de pétalos blancos
que en su
centro tienes una espiga dorada perfumada
señalando al
cielo, al sol y a las estrellas;
con tu cáliz
recoges el rocío de las noches,
la humedad
de amaneceres brumosos.
Lirio de
agua, alcatraz,
flor de la
pureza, flor delicada,
flor bonita,
noble.
Luces en la
serenidad del río
en la
placidez de amaneceres,
en los
tibios atardeceres
y en el
cerrar la noche,
iluminando
la oscuridad con tu
pureza y
blancura.
Glicinas
Glicinas que trepan coquetas a las pérgolas
de
románticas islas y casas antiguas,
dando sombra
y colorido de día
y perfumando las tardecitas isleñas.
Racimos
colgantes violetas, azules, rosados
dan belleza
y ternura, dan delicadeza,
esplendor,
seducción, gracia y encanto.
Te acompaña
el susurro del agua
el cuchicheo
de pájaros,
la tibieza
del día,
la
inmensidad de la espesura.